Ésta fue la maldición que Pélope lanzó sobre Layo, padre de Edipo y abuelo de Antígona. Aunque Layo intentó huir de esta maldición no lo consiguió y fue asesinado por su propio hijo, Edipo. Tampoco Edipo pudo escapar y acabó sus días ciego y errante tras haber matado a su padre y haberse casado con su madre sin saberlo. La maldición siguió y los hijos de Edipo, Eteocles y Polinices, se acaban de dar muerte uno a otro en su lucha por el trono. En este momento comienza la acción de Antígona, sus hermanos están muertos y su tío Creonte ostenta ahora el poder. El nuevo gobernante no piensa tolerar que un traidor, Polinices, que ha atacado a su ciudad para hacerse con el mando, sea enterrado con los mismos honores que Eteocles que, del otro lado de la muralla, defendía la ciudad: Tebas. El edicto es claro, pena de muerte a quien tribute honras fúnebres a Polinices.
Pero Antígona es hermana del héroe y del traidor.
“¡Es digna del honor más alto!”
Ése es el rumor que corre en secreto
Veinticinco siglos separan los textos de esta obra. Mientras que la de Sófocles parece que se compuso sobre el 442 a. C., la de Anouilh se estrenó el 4 de febrero de 1944 en un París ocupado por los nazis.
En ambas el personaje de Antígona representa la resistencia frente al poder establecido que simboliza Creonte.
¿Qué obedecer, la ley humana decretada por el Estado o una ley más arraigada y ancestral: la ley de la familia, los principios sagrados que imponen el derecho de los muertos a ser enterrados?